En la mayoría de los países del mundo actual, las sociedades se han transformado en sistemas sociales muy complejos, estructurados principalmente dentro de un sistema económico capitalista, y un sistema político republicano y democrático. Estos aspectos son los que nos han dado los niveles necesarios de libertad, que han hecho posible que las ideas y las acciones de grandes hombres, se materializaran, con un resultado esperable: niveles nunca antes de vistos de riqueza material, a lo largo de la mayoría del mundo civilizado.
El siglo XX, y especialmente a lo largo de su segunda mitad, ha implicado un salto cualitativo exponencial en nuestro nivel de bienestar general, particularmente en lo que refiere al plano físico y mental. Los avances científicos, sobre todo en el ámbito tecnológico, nos han provisto de bienes inimaginables. Sin embargo, la contracara de esto, ha sido la relegación a un segundo nivel de importancia, de los valores humanos más importantes. Esta carencia nos ha sumido en una cultura donde prima el ego, el corto-placismo, la gratificación inmediata, la complacencia, el hedonismo y la comodidad. La consiguiente falta de verdaderos desafíos, nos ha llevado a dejar de lado un aspecto importantísimo de nuestras vidas, y que las sociedades actuales no logran satisfacer; aquel aspecto de la vida humana que nos hace ser una especie única: nuestra vida espiritual. A pesar de esta abundancia material, sufrimos vacíos existenciales que no solo no sabemos llenar, sino que tampoco sabemos identificarlos, y vamos por la vida cargado de dudas, y sin respuestas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de espiritualidad? Todos aquellos que nos hemos cuestionado sobre esta temática, hemos terminado apuntando inevitablemente, en mayor o menor medida, a los “misticismos” y/o al ámbito de la metafísica. Así, en busca de vida espiritual, algunos han viajado a Perú, buscando guía y consuelo en conexión con la Pachamama, y el rito de la ayahuasca. Otras personas, se juntan a rezar el rosario. Otros van a misa y se confiesan. También están quienes pretenden iniciarse en ritos chamánicos, o están tan bien, aquellos más prácticos que recurren a soluciones más pragmáticas, como la última técnica de Yoga, leer a Osho, abrirse los registros Akashikos, o hacer Reiki. Yo opino que estas actividades son completamente válidas, e incluso pueden ser muy efectivas. Sin embargo, también he podido concluir que solo lo serán, si se realizan como actividades complementarias, enmarcadas dentro de un plan de vida, mucho más tangible, terrenal y funcional. De otra manera, estas prácticas no solo no serán efectivas; por sí solas, no lograrán resolver nuestros problemas espirituales, y nos confundirán.
¿Por qué?
Por qué la verdadera vida espiritual no se basa en misticismos, ni en técnicas ni en ritos específicos (por más que como dije antes, eventualmente podemos recurrir a ellos de forma complementaria). Tampoco debemos buscar las respuestas afuera de nosotros, ya que las respuestas están enteramente dentro de uno, y emergerán de forma natural y orgánica, si uno las busca. Por lo tanto, opino que la verdadera vida espiritual activa, no es más ni menos que una vida en constante motivación, en la realización de un propósito que nos impulse a crecer como humanos, y que le dé sentido a nuestra vida. En otras palabras, una vida enfocada por un propósito de vida, está directamente relacionada a una felicidad duradera y estable. En Zen Mind, Beginner’s Mind, el maestro Zen, Shunryu Suzuki Roshi escribe: «En la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero en la de expertos, hay pocas».