Sería un desagradecido si me quejara. Más allá de algunos traspiés, he tenido una muy buena vida. No fui ni seré millonario pero puedo decir que nunca me faltó nada. Sólo en ese sentido soy un tipo de suerte. Ahora, golpes de suerte como encontrar plata por la calle o ganar el sorteo de un auto, jamás. Esa no-suerte la debo haber heredado de mi padre. Médico de profesión, cada vez que encaró un negocio fuera de la medicina le fue mal. Compró acciones en un edificio de cocheras y apremiado para traer medicamentos de Estados Unidos para tratar de curar el cáncer de mi madre, tuvo que venderlas a mucho menos de los que las había comprado. Abrió una concesionaria de automóviles marca Gogomóvil Isard y al poco tiempo, Fiat sacó el 600 e Isard se fundió. Una sola vez pude disfrutar indirectamente de un golpe de suerte. Era verano. Habíamos alquilado por quince días un departamento en Mar del Plata con mi primer hijo que en ese entonces tenía trece meses. Una noche, para poder ir al Casino lo dejamos con mi cuñada y su marido. Nos dieron un billete y nos pidieron que apostáramos al 17 en la primera mesa que juguemos. Con ese “Negro el 17” los cinco nos quedamos quince días más. Pero no puedo adjudicarla a mi suerte, si a la de mi cuñado. Test Match Rugby me dio suerte pero no dinero. Suerte de haber creado junto a Beto Sáenz y Raffo Devoto una revista que tuvo una gran aceptación nacional, que llegó a vender 23.000 ejemplares semanales cuando El Gráfico vendía 100.000, pero que cuando la hiperinflación nos llenó de deudas, la única salida fue venderla. Tuve una oportunidad de ganar mucho dinero pero no me di cuenta, o fui demasiado b… (bueno o boludo). Desde mi trabajo como Gerente de Marketing de Reebok atendía a varios jugadores de fútbol. Algunos, como Batistuta, Riquelme o Julio Cruz, con buenos contratos. Otros solamente con provisión de ropa y calzado. En esa época, con un grupo de amigos, todos los martes jugábamos al pádel en “La Escondida” un club de José Mármol, y después nos quedábamos a comer con largas sobremesas donde yo contaba sobre mi trabajo con los jugadores de fútbol. Una noche, uno de los mozos que nos atendía me comentó que él estaba en pareja con una señora cuyo hijo era futbolista. Tenía 16 años y jugaba en Huracán. Me pidió si yo le podía conseguir botines. El martes siguiente le llevé un par de zapatos que me habían sobrado de la Copa América, un par de zapatillas y algo de ropa. La mamá quedó tan contenta que me llamó por teléfono y me ofreció la representación de su hijo. Obviamente que yo no era representante de jugadores, pero conocía a varios y uno de ellos, al que le hice averiguar por el jugador, me dijo “Tené en cuenta que hasta que cumpla 18 años vamos a ir a pura pérdida, pero si vos lo vestís, le hacemos un contrato.” Y así fue y durante más de un año le fuimos proveyendo calzado y ropa y de vez en cuando lo ayudábamos con algunos pesos. Hasta que un día me llamó la mamá y me dijo que en el Club lo querían mandar a Europa para una prueba. Le dijimos que no tenía sentido que vaya a hacer “una prueba”, que esperáramos a que hubiera una oferta concreta. Pero dos días después volvió a llamarnos diciendo que Bábington, presidente de Huracán quería mandarlo y que el único inconveniente era el contrato que tenía con nosotros. Fue allí que me recibí de boludo. Le rescindí el contrato. Daniel Osvaldo jugó diez años en equipos de Europa con contratos millonarios, e incluso en la Selección de Italia. A la suerte hay que ayudarla.
Guillermo Alonso es periodista, escritor, ex hooker de Pucará y amigo. Tiene escrito varios libros y cientos de cuentos.
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